3/12/06

Patatas con sebo




Maridaje musical: "Uno que vive en Barcelona" nos sugiere Nube de hielo (de Benito Cabrera)

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Hoy se cuela en el tuper una receta especial. Si hay alguien que lea este blog y que haya comido alguna vez patatas con sebo, por favor que se haga presente, podemos formar juntos un club de frikis gastronómicos. Aunque es mi madre quien la cocina, la supervivencia de esta receta es un logro casi exclusivo de mi padre. Mi depósito de memorias infantiles incluye una escena recurrente en la que el pobre hombre suspiraba por volver a saborearlas y las invocaba a modo de peticiones indirectas, por si había suerte... "¡Vaya día que hace hoy para unas patatas con sebo!!!", "Anda que no hace tiempo que no nos comemos unas patatitas con sebo, ¿eh?". A fuerza de insistir, solía lograr su objetivo. Supongo que se debe precisamente a haber visto siempre a mi padre suspirar por ellas (supiros a los que con el tiempo se unió mi hermana la pija -lo cual aún era más sorprendente) y a las pocas veces que mi madre accedía a complacerles, que la receta adquirió rápidamente en mi tierna psique infantil unas connotaciones de manjar prohibido y deseado. En la actualidad, cuando nos entra apetito por ellas, suspiramos los tres a la vez, mi madre se hace la dura durante un par de semanas y finalmente, cuando menos lo esperamos, nos da la sorpresa de recibirnos al mediodía con ese aroma peculiar e intenso de las patatas con sebo. Es todo un ritual, pero así tiene que ser. Este guiso no es para comerlo a menudo. No sólo por su contenido calórico y su digestión pesada, sino también porque precisa de condiciones especiales para su ingestión. La patatas con sebo son una receta de invierno. Hay que comerlas muy calientes, recien hechas (del fuego al plato), así pues, su habitat ideal es un día blanco de niebla o nieve de esos en los que entras en casa frotándote las manos y te recorre un escalofrío de agrado al sentir el calorcito de la calefacción. Con un tinto de rioja, no necesita más acompañamiento. Es, por naturaleza, un plato único.

INGREDIENTES

Patatas (medida: una vez peladas y troceadas, se calcula un plato por persona)
Sebo de cordero (unos 200gr. para cuatro personas)*
Una cucharadita pequeña de pimentón (dulce o picante, al gusto)
Sal
1 hoja de laurel
Un par de dientes de ajo

*¡Ojo! No confundir sebo con grasa o manteca. Primero, ha de ser de cordero y segundo, el sebo no es cualquier grasa, sino la telilla que recubre los riñones del cordero.

ELABORACIÓN
Se pelan y trocean las patatas. Se ponen a cocer en una cazuela plana con agua (que les cubra), la hoja de laurel y la sal. Las patatas, una vez cocidas, tienen que quedar jugosas, con algo de caldo. A parte, en una sartén se pica el sebo en trocitos pequeños y se pone a fuego lento para que no se queme y vaya soltando la grasilla. Una vez que se ha derretido la grasa y quedan las chinchorras, se añaden los dos dientes de ajo partidos por la mitad y se fríen un poco, sin que se quemen. Se retira del fuego, se añade la cucharadita de pimentón, se revuelve bien en el sebo derretido y caliente y se añade a las patatas, se le da un pequeño hervor y se sirven. Es importante comerlas cuando aún están bien calientes.

1 comentario:

Javier dijo...

¡Ah!, el poder evocador de las palabras. "Chinchorra" es una palabra muy poco conocida, yo creo que es solo típica de los Cameros. Es sinónimo de "chicharrón", que sí aparece en el DRAE con el mismo significado: "Residuo de las pellas del cerdo, después de derretida la manteca" y, por extensión "Residuo del sebo de la manteca de otros animales".

Mi tío José Luis solía preparar una antigua receta de conservas con chinchorras y miel. ¡Qué tiempos!

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